En Sodeto, nadie se hizo millonario ni cambió de vida. El premio revitalizó la localidad, donde se dieron nuevas inversiones, especialmente en el sector primario, y además, permitió a los agraciados afrontar el futuro «con mayor tranquilidad».
Así lo explica el actual alcalde del municipio de Alberuela-Sodeto, José Manuel Penella, al subrayar que la gran mayoría del dinero fue a parar a «nuevas inversiones productivas: modernización de tierras, compra de nuevas parcelas, construcción de granjas, adquisición de maquinaria … ». También permitió el arreglo de viviendas o la construcción de nuevas casas y además, fruto del asentamiento de nuevas familiares, llegaron más nacimientos y la apertura de una escuela infantil.
La llegada del Gordo tuvo lugar en un momento clave. Y es que una parte importante de las familias del municipio debían afrontar el proceso de modernización de sus tierras, que, aunque ya había sido aprobado, generaba cierta controversia, especialmente por su elevado desembolso económico. «Fue un respiro, que acabó con miedos e incertidumbres», señala Penella.
La entonces alcaldesa, Rosa Pons, también habla de esta circunstancia. De hecho, al enterarse por la radio de la llegada del Gordo, corrió a la megafonía, con el fin de dar la noticia y felicitar a la población. Según explica, una de las primeras personas a las que vio fue al secretario de la comunidad de regantes, que emocionado le espetó: «ya podemos pasar sin miedo el recibo». Para Pons, «el premio fue un respiro y un importante balón de oxígeno».
Y no solo para los profesionales del sector primario. Todos los afortunados aseguran haber ganado en «tranquilidad». «Nos permitió dejar de hacer tantas cuentas; afrontar los pagos sin apuros; o directamente, comprar el sofá que te gusta y no el que te puedes permitir», añade otra de las afortunadas, Tere Lacambra, que vivió aquella jornada «con una gran emoción». «No se puede describir con palabras; fue algo increíble, casi ni te lo creías», añade.
Al igual que otros de los agraciados, Laura Arnal estaba trabajando cuando la fortuna irrumpió en su vida. «Mi hija tenía solo cinco meses y por lo tanto, se cumplió el dicho de llegar con un pan debajo del brazo», recuerda. «Salí antes de trabajar y me vine al pueblo. Aquello era una locura. Había mucha alegría», explica. Tras la euforia inicial, que duró varios días, Arnal asegura que «seguimos viviendo igual, pero con más tranquilidad».
Dentro de las consecuencias más felices, estuvo el asentamiento de gente joven o nuevos vecinos, a los que el premio dio el empujón económico que necesitaban para construirse su propia casa. Conchi Malavia fue una de ellas. «Ya estaba aquí instalada, pero me ayudó a asentarme y echar raíces», dice. «La alegría vivida fue inmensa, especialmente al ser un premio compartido», añade. «Todos seguimos con nuestros proyectos personales y profesionales, pero con mucha más tranquilidad», reitera.