Alba Riera encarna la cuarta generación de una saga familiar dedicada a la elaboración artesanal de botas de vino. El negocio, ubicado en Sariñena, cumple 125 años y en la actualidad, es la única botería que resiste en Aragón.
Al entrar, huele a piel, un olor que traslada a su propietaria a su infancia, donde se recuerda de niña correteando por el taller y ayudando a sus tíos. Para la bota tradicional, la piel es siempre de cabra. «Aquí llegan ya curtidas, gracias al trabajo de un artesano que está situado en un pueblo de la provincia de Burgos y que es el único dedicado a este oficio en toda España», explica Riera, que, junto a su marido, Ismael, decidieron darle el relevo a su tío, Luis Mairal. El promotor del negocio fue el abuelo de este último, Nicolás Mairal, que procedía de Casbas y que se trasladó a Sariñena, donde empezó creando envases de piel para cubrir una necesidad: transportar el aceite que se producía en la zona. «Aquí se enamoró, se asentó y después, incorporó la producción de botas de vino», explica Riera. «Al jubilarse mi tío, apostamos por dar continuidad al negocio, lo que supuso además volver al pueblo, ya que entonces vivíamos en Cuenca, de dónde es mi marido», detalla. Y la decisión fue todo un acierto, según explica, a pesar de las dificultades que conlleva emprender y los sacrificios de una puerta abierta. «Hace 25 años, cuando nos hicimos cargo del negocio, ya nos decían que era imposible vivir de ello y aquí seguimos», señala la monegrina, que se muestra «orgullosa» de haber optado por dar continuidad al negocio familiar.
«Aquí -explica- cada bota sigue siendo hecha a mano y con mucho cariño. Todo empieza con la selección de la piel, el corte, el cosido y el tratamiento con la pez, que es la que permite su correcta impermeabilización. También incluye la colocación del brocal, el collarejo y la cuerda así como otros elementos invisibles al ojo. A mí me encanta recibir visitas y mostrar el proceso, enseñar que lo que hacemos no solo tiene un valor económico sino un valor cultural y emocional, ya que estamos manteniendo vivo un legado». Muchas de las herramientas que usan tienen una bonita historia detrás. «Hay algunas muy especiales. Para abrir la boca de la bota, utilizamos astas de toro, que llevan con nosotros toda la vida y que facilitan la entrada de la pez, las cámaras y el brocal», explica la botera. «Yo creo que la gente empieza a valorarlo y lo aprecia más; se paran y entran, preguntando si pueden verlo, especialmente desde que hacemos botas personalizadas y ponemos en valor nuestro origen monegrino», añade. Y es que han ido adaptando el negocio a las necesidades e innovando en el diseño, lo que les ha llevado a incorporar botas para todos los gustos: de equipos de fútbol, con flores, motivos infantiles o de la tierra…
Del taller de Botería Marial, salen al año alrededor de 15.000 o 20.000 unidades. Antes, las botas de vino eran un elemento propio de los que iban al campo. Ahora, la usa cualquiera, del niño al mayor. Según explica Riera, se hace mucha bota para regalar, ya sea en bodas o comuniones o directamente, como suvenir, ya que entra muy bien en la maleta y es algo único. «De hecho, regalas más que un objeto; regalas artesanía, tradición y cultura», señala la artesana.
Para celebrar sus 125 años de historia, tienen previsto personalizar las cajas de envío y, además, colocar sus productos en la mayor plataforma de venta online.