De Londres a Alcubierre: una familia que educa sin escuelas y emprende sin jefes

Carlos y Nyla Pradel Gavín, junto a sus tres hijos, han creado un estilo de vida que se sale del habitual y que supone un aprendizaje constante. Dentro de su experiencia, incluyen impartir clases en Los Monegros con un fin solidario.
La familia Pradel Gavín en Alcubierre.

La familia Pradel Gavín en Alcubierre.

 

Carlos y Nyla Pradel Gavín son un matrimonio que se sale de la norma. Durante la mayor parte del año, viven en Londres, pero cada cierto tiempo hacen las maletas y viajan hasta Alcubierre, localidad con la que mantienen un fuerte vínculo familiar y emocional. Su historia se sale del camino marcado por varios motivos. No solo dividen su vida entre dos países. También desafían las normas establecidas en educación, trabajo o crianza. De hecho, han creado un estilo de vida propio: educan a sus tres hijos en casa, han impulsado un negocio familiar y dirigido una granja regenerativa. Y, cuando están en Los Monegros, desarrollan actividades que abren al conjunto de la población y que siempre tienen un fin solidario.

 

El matrimonio tiene tres hijos: Anaya, de 13 años; Rafael, de 10 y María, de 6, que, además de aprender matemáticas o literatura, adquieren conocimientos sobre finanzas, gestión empresarial o música. Solo usan las tecnologías para esta última disciplina. Dos de ellos llegaron a salir en los periódicos británicos al ser los más jóvenes en aprobar un examen nacional. Aun así hay personas que no comparten este modelo de vida, que decidieron adoptar después de un postparto complicado y en mitad de la pandemia por coronavirus.

 

Carlos Pradel es el que marca el vínculo con Alcubierre. «Toda mi familia por parte de madre -explica- es de aquí. Mis abuelos eran de casa ‘El Susano’, mi madre y mi tía nacieron aquí, pero mi hermano y yo en Zaragoza. Aun así, veníamos todos los fines de semana». En la localidad monegrina pasan periodos de tres meses y algún año, como comentan, pueden acudir hasta en dos ocasiones. «Yo me he criado aquí, tengo historias en todas las esquinas del pueblo», señala Carlos. Como dice Nyla, su mujer, de origen pakistaní, aunque criada en Inglaterra, «es importante venir para nuestros hijos porque son sus raíces, van al cementerio a ver a sus bisabuelos, participan y se relacionan con los vecinos y vecinas del pueblo».

 

Su día a día en Alcubierre varía según la época. «Esta vez hemos venido a la recolecta de la oliva», explican. «Fuimos al campo de mi tío, al de mi primo, y a un olivar que estaba sin coger y pedimos permiso a su dueña, y después le dimos aceite. Queríamos que nuestros hijos vieran el proceso». Como explican, cada vez hacemos cosas diferentes. «También organizamos actividades y luego lo recaudado se destina a algún fin solidario», prosiguen.

 

En 2024 realizaron clases de salsa los sábados, en Alcubierre y Lanaja, ya que son dos grandes amantes de esta disciplina artística. La actividad se ofertó a un precio de 5€ al mes. «En Lanaja se recaudaron 165 euros que fueron invertidos en la asociación ‘Miradas que hablan’. Aquí, en Alcubierre, se han recaudado 220 euros. Al principio propusimos repoblar árboles pero la idea no se gestó y, entonces, decidimos donarlo a las dos panaderías del pueblo. En total, 110 euros a la panadería de Berdún y 110 euros a la panadería de Pili Valero, para que regalasen 100 barras cada una. En total, 200 barras de pan para compartir entre vecinos. A la iniciativa la llamamos ‘La barra de alegría’», apuntan. «Creemos que para recibir hay que dar. Nosotros no seguimos ninguna religión, pero si haces cosas buenas te pasarán cosas buenas, y si las haces malas también».

Fiesta final de las clases de salsa en Alcubierre.

Fiesta final de las clases de salsa en Alcubierre.

 

En Inglaterra, la familia vive a media hora de Londres, en Stony Stratford, una ciudad constituyente de Milton Keynes. Nyla es profesora y actualmente no trabaja, y Carlos es consultor financiero. Ambos son directores de una Sociedad Limitada. «Yo trabajo tres meses al año y hago mucho dinero, por lo que nos quedan nueve meses para disfrutarlos en familia, ya que nuestros hijos no van a la escuela, los educamos en casa», explica Carlos.

 

«Yo les enseño finanzas y matemáticas. Abrimos un pequeño negocio de escalada de árboles para que vieran cómo se hacía. Tenemos una empresa, una página web, declaraciones de renta, inversión de material o de capital. Ellos llevan la empresa y, aunque tenía que estar yo ahí, son ellos los que llevan el negocio. Lo hicimos para que sepan cómo llevar una empresa, desde el ejemplo es como mejor se aprende. Nyla, que es profesora, les enseña literatura e inglés».

 

Como ejemplo de actividades que les ayudan a aprender, el pasado año la familia estuvo durante seis meses llevando una granja regenerativa que, como explica Carlos, «procura dar más a la tierra de lo que le coges». «Estuvimos criando los animales, llevándolos al matadero y haciendo todo el proceso de carnicería y empaquetamiento, y luego vendiéndolo en la tienda de la granja. Eso lo hicimos de la mano de una catedrática que es bióloga. Le dijimos que estábamos dispuestos a realizar todo el proceso, muchas horas de trabajo, que se traducían en unas doce horas al día durante los siete días de la semana». El pago de vuelta fue, como explican, carne, «porque es la mejor que se puede comer» y, además, que ofreciera clases de biología y ciencias a sus hijos todas las semanas. «Entonces, todos los domingos viene a comer y pasa la tarde aquí, estamos todos con ella en la clase de ciencias y pasamos un buen rato. Así abarcamos las materias fundamentales», comenta.

 

En cuanto a su rutina, realizan clases de lunes a viernes, y a veces los fines de semana también. Normalmente una hora de literatura y otra de matemáticas. «No estamos todo el día dando clase, damos pocas pero intensas. Al principio de darles matemáticas nos pasábamos cuatro o cinco horas sin parar, y me decían: ¡una más, una más! Y se avanzó mucho. Pero hacemos lo que queremos cuando queremos, eso es lo más bonito de nuestra vida», apunta Carlos.

 

Nyla asegura que «cuando sacamos a los niños del colegio se empezaron a interesar por los libros. Anaya lee muchos. Lo hace con ganas, con alegría e interés, es su pasión, pero esto fue después del colegio, y creo que es porque ahora leer es diferente; lo hacen para divertirse y no por obligación». Sus hijos no usan tecnología, solo para aprender música. Rafa, de 10 años, toca el saxofón, Anaya, de 13, toca la flauta de madera y la travesera y ambos tocan la guitarra española y la eléctrica. «Somos parte de un grupo de música, que toca en la biblioteca de donde vivimos para familias que vienen con bebés. Nuestros hijos se juntan con niños, con adultos y con ancianos, son muy sociables», explica Carlos.

 

La familia asegura no haberse encontrado ningún obstáculo con esta forma de vida. «Tenemos mucha suerte porque es al contrario de lo que se piensa. Los chicos no tienen problemas sociales, es una virtud. Pueden hablar con adultos y personas mayores y también con niños. Juegan con niños pero también pueden relacionarse con adultos», explican orgullosos. «No sé si por su personalidad o por lo que les hemos expuesto pero la socialización que tienen ellos es una virtud. Rafa y yo vamos a dar un curso de apicultura, pero también van a grupos de niños». Como explica Nyla, «en Inglaterra vamos a todos los sitios juntos. Ellos van a muchos sitios donde hay gente de diferentes edades». Como prosiguen, la mayor parte de personas que están educadas en casa se han salido porque no pueden aceptar el sistema. «Nosotros no somos radicales», afirman. «El sistema no nos importa, no nos molesta, no somos radicales que nos queramos salir, nos hemos salido porque creemos que lo nuestro es mejor, no porque tengamos un problema. Entonces, es verdad que los niños que han salido del sistema y del colegio tienen problemas sociales porque ya han vivido un problema y por eso se han salido, por ello les cuesta sociabilizar, pero no es nuestro caso».

 

Rafa y Anaya salieron en los periódicos porque en Inglaterra a los 16 años todos los niños hacen el mismo examen, el mismo día y a la misma hora. Y resulta que Rafa, de 9 años, fue el más joven en presentarse y sacó un sobresaliente, como su hermana.

 

La idea de vivir este modo de vida surgió a raíz de varias cosas. «Mis padres se murieron hace diez años. Eso fue un toque de atención para decir ‘yo me voy a morir algún día’, porque te crees que vas a estar fuerte siempre y no es así. Cuatro años después nació María y Nyla tuvo un problema durante un año. No podía dormir, tuvo ansiedad post parto y fue un infierno. Ahí decidimos que teníamos que cambiar de vida. Yo trabajaba en el Banco Santander, llevaba doce años e iba a pedir una excedencia porque queríamos irnos un año a vivir por ahí y a conocer mundo en familia, pero llegó el Covid y no se pudo. En julio me llamaron y me dijeron que si me quería ir y les dije que sí. Tardaron siete u ocho meses, me despidieron con indemnización, invertimos y guardamos ese dinero y decidimos cambiar de vida. Los chicos estaban en casa por el Covid y hablamos con los directores del colegio previamente, les comentamos la idea de viajar y nos dijeron que sí. Como los niños se habían salido del cole por la pandemia, cuando dijeron que el que quisiera podía volver nosotros ya no volvimos. Y nos encantó esa primera experiencia».

 

Muchos les dicen que su vida es una excepción, pero ellos insisten: han llegado hasta aquí gracias a su visión y esfuerzo. «Es un poco duro a veces, porque casi todo el mundo nos dice que lo estamos haciendo mal. Sentimos que no somos entendidos. Nos dicen que hemos tenido mucha suerte pero no es suerte, es el resultado de buena visión y mucho trabajo. Aquí nos preguntan: ¿pero por qué? Y decimos: ¿y por qué no? Solo porque la sociedad nos dice que hay que hacer las cosas de una manera no hay que hacerlo. ¿Por qué no podemos hacer nada diferente?», apunta el matrimonio.

 

Los Pradel Gavín no buscan convencer a nadie ni demostrar que su camino es mejor que otros. Simplemente, han construido la vida que desean, con valores firmes, sin miedo a tomar decisiones diferentes y con la certeza de que el tiempo en familia es el mayor de los tesoros.

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