Al cumplirse 140 años de la muerte de Mariano Gavín Suñén, “Cucaracha”, que fue abatido el 28 de febrero de 1875, sigue interesándonos el estudio del bandolerismo como fenómeno social. Como desafío al orden económico, político y social, está claro que sus comienzos van ligados al origen mismo del hombre y su entorno, al inicio de las relaciones humanas y de las situaciones de opresión y de descontento social.
Según Julio Caro Baroja, «ni el bandolero es siempre un pobre que se rebela contra los ricos ni es un hombre que tiene instintos insatisfechos de capitalista. El bandolero es algo más complejo». Así, unas veces la realidad y otras la leyenda, hacen con frecuencia del bandolero un ser generoso y caritativo, una especie de “Robin Hood” y un símbolo de resistencia: roba sin piedad a unos y, a veces, cede parte de su botín a otros. Vive enfrentado a la ley y en determinadas ocasiones, parece que alguno de sus actos está animado por un cierto sentido de la justicia; es así como surge el mito del bandolero. También podemos apuntar que la mayoría de la gente siente simpatía por el bandolero, ya que le gusta su originalidad, su libertad, pero a la vez ve que él, que es un pobre más, vive como los ricos sin trabajar y participa de cierto poder.
Hace tiempo escuché una historia y parece que sucedió en la sierra monegrina, en la zona de Robres. Una persona sorprendió descansando a algunos miembros de la banda de Cucaracha, entre los que se encontraba el propio Mariano Gavín. Pudo acabar con ellos, pero como prueba de un posible “trato” no lo hizo. Se habla de un recaudador de impuestos, al que en agradecimiento Cucaracha protegería en sus viajes a Huesca, con el dinero recaudado. A cambio, entre otras cosas, pudo escribirle algunas notas o cartas, lo cual Mariano no podía hacer, ya que apenas sabía firmar.
Cuando parece que todo está dicho sobre “Cucaracha” (1838–1875) vemos que, consultando diarios de la época, aparecen detalles nuevos que no se reflejan en los trabajos publicados sobre Mariano Gavín Suñen, y que nos muestran aspectos de su forma de ser y de su forma de actuar.
En el IMPARCIAL (08-07-1873, pág. 3), nos cuentan que:
“El célebre bandido Cucaracha ha dirigido una carta al Capitán General de Aragón, haciendo alarde de burlar la persecución que se le hace”.
Está fechado en el monte de Alcubierre el 26 de junio.
Una de las formas de actuar de Cucaracha era el secuestro y pedir por carta una fuerte suma como rescate, a la vez que amenaza de la quema de corrales, parideras, pajares y la muerte del ganado.
En el IMPARCIAL año VIII nº458, dice que:
“… el domingo, Cucaracha y su cuadrilla incendiaron una paridera y un pajar del rico propietario de Alcubierre José Calvo Ayerbe, por no haberle enviado una respetable suma que le exigieron. Muchos vecinos salieron inútilmente a apagar el fuego, al regresar, los hombres armados en número de 30 salieron al encuentro de Cucaracha”.
Cucaracha hizo un rodeo y con seis de sus hombres se puso detrás del grupo más rezagado de los que habían salido en su búsqueda. Les intimó y al ver que huían, les hicieron fuego. Los detuvieron y los echaron al suelo boca abajo. Les robaron las armas y cuantos efectos llevaban, terminando la escena con la entrega de una nueva carta para el señor Calvo, en la que le reclamaban la misma suma que en la primera, bajo la amenaza de matarle todas las caballerías y ganado si no entregaban pronto el dinero en un sitio designado previamente. José Calvo Ayerbe falleció el dos de enero de 1889, a los setenta años de edad.
En LA CORRESPONDENCIA DE LA MAÑANA, DIARIO Y GUÍA DE MADRID (05-03-1875), nos aparecen nuevas noticias sobre cómo Cucaracha se enfrentó a la muerte, la estrategia del Teniente Lafuente al mando de la operación, y el contenido de una nueva carta:
“En ocasión que el célebre bandido Cucaracha, temor de toda la comarca, se hallaba con cuatro más en un corral de ganado en la falda de la sierra, y sin duda alguna desprevenidos, cayó sobre ellos la fuerza de la Guardia Civil al mando del Teniente Lafuente, trabándose una lucha de la que resultaran muertos los cinco forajidos e ilesos los guardias civiles, debido esto a la buena dirección del Teniente, que rodeó el corral, con la punta de la bayoneta fueron haciendo visores por todo él, librándose así de los disparos de los muchachos que hicieron fuego mientras tuvieron vida.
Cucaracha fue el primero que cayó, pues saliendo a la portera del corral se puso con dos armas de fuego y un morral de cartuchos y a lo que iba a disparar contra uno de los guardias que custodiaban la portera, otro guardia civil, que era un gran tirador, llamado Catalán, lo dejó tendido en el acto.
En seguida, los demás forajidos, ocuparon posiciones en el corral e hicieron fuego nutrido que, según relación que ha hecho el teniente, duró sobre media hora, enderezando siempre sus tiros a los agujeros que abría la guardia civil.
Muertos ya o tendidos los malhechores, penetró la guardia civil en el corral, en donde permaneció toda la noche del 28 de febrero, suponiendo así podrían llegar otros, pues así lo supuso el teniente en atención a que recogieron catorce armas de fuego, entre ellas fusiles BERDAN y REMINGTON”.
Estas armas habían sido utilizadas por las tropas regulares durante la Guerra Hispano-Americana y en la Tercera Guerra Carlista. Por lo que, Cucaracha las obtendría bien en sus asaltos o a través del mercado negro. El fusil Berdan toma su nombre del coronel americano Hiram Berdan (que ideó su nuevo sistema de cierre). Su llegada a España hay que situarla en la Real orden del 14 de diciembre de 1867, que dotaba al ejército con esta arma.
El fusil Remington 1871 se hacía en la fábrica de Oviedo y también se compraba a Estados Unidos, antes que la Real Orden del 24 de febrero de 1871 lo declarara reglamentario. Una circular gubernamental datada en 26 de enero de 1875 ordenaba que el ejército no usase otro armamento que el Remington de 1871, y se ordenaba a todas aquellas unidades que aún no lo usaban que lo solicitasen de forma urgente.
Entre lo encontrado a Cucaracha, había una nueva carta: una solicitud a S.M. el Rey Alfonso XII:
“… manifestando que circunstancias políticas le habían hecho salir del pueblo y andar cuatro años errante por los montes, rindiéndose en la necesidad de exigir algunas contribuciones para su subsistencia, solicitando se le indultara de toda pena y se le permitiera volver al pueblo”.
¿Quién le escribía las cartas?, ¿algún miembro de su banda o alguien fuera de ella?…
En el diario LA ÉPOCA (12-02-1875) aparece:
“Cucaracha tiene unos cuarenta años, es delgado, de una estatura casi baja, y carece de toda instrucción hasta el punto de firmar con mucho trabajo”.
Más adelante nos dice:
“… se granjeó la confianza de un recaudador de contribuciones, que le encargaba la conducción de fondos a Huesca, sin que en aquella época cometiera algún desmán.”
También nos cuenta cómo solía ir armado y las precauciones que tomaba con sus compañeros:
“Lleva ordinariamente dos trabucos, si bien alguna vez se le ve con una escopeta de dos cañones o una carabina Remington”.
“Su partida es numerosísima y rara vez se le ve acompañado de los mismos cofrades. Tiene mucha sagacidad, talento y habilidad rara para dar los golpes que el proyecta. Pero todo esto sería inútil sin su principal elemento, que es la innumerable corte de espías y asociados que tiene por toda su zona de operaciones. No se fía ni aun de los suyos, que nunca saben dónde duerme, y obliga a comer al primero que le lleva víveres”.
En una ocasión, estando herido un miembro de su banda, se dirigió con algunos miembros de su cuadrilla en busca del médico a Torralba. Había oscurecido, pero le pusieron una capucha al galeno para que no pudiese ver el lugar al que se dirigían. Una vez hechas las curas lo devolvieron a su casa de la misma forma y manifestando éste que el trato recibido había sido correcto y con consideración.
Sin duda, seguirán apareciendo nuevos datos y noticias sobre nuestro personaje y su banda, que completarán su biografía, sus andanzas y terrible final.
Alberto Lasheras.
Fuentes:
-Hemeroteca.
-Testimonios.
-“El bandolero español”. Rosa Cardinale.