Isabel Gutiérrez, de Orillena, hará las maletas este lunes y volverá a casa, tras un mes confinada en la residencia Monegros de Grañén, junto a parte de la plantilla y casi un centenar de internos. En su vivienda, le esperan su marido y sus dos hijas, a los que reconoce tener muchas ganas de ver y abrazar. Durante las cuatro últimas semanas, todo su cariño ha ido dirigido a sus compañeras y en especial, a los usuarios del centro, a los que «hemos achuchado mucho, ya que están pasando por una situación difícil y necesitan de ese contacto físico, al no poder disfrutar de las visitas de su familia», señala Gutiérrez.
De esta trabajadora, surgió la iniciativa de confinarse en la residencia junto a los mayores, con un claro objetivo: «mantener el centro libre de coronavirus». Y lo han conseguido. «Me voy orgullosa del trabajo realizado por proteger a nuestros mayores, pero también con miedo, ya que volver a abrir la puerta del centro siempre conlleva sus riesgos», señala Gutiérrez, que, al igual que el resto de la plantilla, volverá a trabajar por turnos, entrando y saliendo a diario de la residencia. Tras las reiteradas solicitudes de sus responsables, Salud ha aceptado que las trabajadoras que estuvieron fuera del confinamiento sean sometidas a PCR antes de reincorporarse este próximo martes.
«Si supiéramos que la situación se acaba en un mes, aguantaríamos, pero nadie sabe dónde está el final y ahora, pasados los días de más riesgo, llega el momento de volver a casa», indica Gutiérrez. El confinamiento, que siempre fue voluntario, se inició con 31 trabajadoras, de las que han resistido 19. El resto han ido abandonando por diferentes motivos, en su mayoría por causas familiares. También por agotamiento, físico y emocional. Y es que los días pesan en las piernas y en la cabeza. «No es una situación fácil, estamos cansadas, pero hemos aguantado muy bien, gracias al apoyo recibido desde el exterior, al cariño de los residentes y al comprobar que el aislamiento funcionaba», señala.
Al reducirse la plantilla, han crecido las horas de trabajo, con largas jornadas, que han sobrellevado con solidaridad y compañerismo. «Hemos trabajado unidas, completando juntas las tareas, apoyándonos unas a otras, sin establecer competencias exclusivas», explica Gutiérrez, que lleva 13 años trabajando en este centro asistencial. A nivel personal, también han creado fuertes lazos, después de convivir 24 horas al día durante un mes. «Ahora, conozco a otro nivel a mis compañeras, ya que hemos compartido una experiencia única y gratificante», añade.
Para esta trabajadora, el balance es muy positivo. «Me voy muy satisfecha, con la alegría de haber mantenido el virus alejado y con el ánimo de continuar trabajando por nuestros residentes, que merecen toda nuestra atención y cuidado», añade.
A partir del fin del confinamiento, el centro seguirá extremando las medidas de seguridad y precaución con el fin de conseguir su objetivo soñado: evitar la entrada del virus. Al volver los turnos, las empleadas, que han estado sin guantes ni mascarillas, tendrán que retomar el uso de todo tipo de material de protección con el fin de salvaguardar a los residentes, a los que «ya no podremos abrazar tan alegremente, al menos, hasta que todo esto pase», concluye Gutiérrez.
Las familias de los internos enviaron mensajes de apoyo a la plantilla, agradeciendo su esfuerzo, que ha ido más allá de su deber, tal y como reconoce la directora del centro, Alicia Morillo, a la que le faltan las palabras para agradecer su «impagable labor». «Hemos vivido momentos que ninguna de nosotras olvidaremos. Me siento muy orgullosa de su entrega y dedicación», ha señalado.
Dentro de esas largas horas juntas, trabajadoras e internos también han tenido sus momentos de ocio con bailes, bingos, partidas de carta o sesiones de karaoke. Tampoco han faltado a los aplausos de las 20.00, un momento que la pasada semana compartieron con agentes del puesto de la Guardia Civil de Grañén.