La doctora Raquel Martínez, que forma parte de la plantilla del Centro de Salud de Grañén, ha completado este viernes su última jornada laboral. A sus 63 años, cuelga la bata blanca, después de casi cuatro décadas entregada a su profesión. «Me voy con más de un millar de amigos», dice. Y tiene razón. Para sus pacientes, es mucho más que una dedicada profesional. Amor y respeto viajan en doble dirección.
Mantiene su agenda abierta hasta el último día. También sus brazos y su sonrisa. Hoy pasa consulta en Sesa y Novales. Hace cinco años, pidió el traslado a la capital oscense. Pero acabó volviendo a Los Monegros. «El mundo rural te permite tratar personas y que te vean como una persona. El médico urbano sufre muchísimo, con agendas muy apretadas y visitas contra reloj», explica, al hablar de su última etapa en el centro de salud del Santo Grial en Huesca, donde ya había ejercido al inicio de su carrera. «Me encontraba muy a gusto con la gente, pero veía que iba a entristecerme; es una forma de trabajar muy deshumanizada», explica, señalando el contraste con su concepción de este oficio, donde busca conocer en profundidad al paciente. Y eso requiere de tiempo.
«Tenía muy presente mi etapa anterior en este centro de salud y decidí volver, especialmente por la gente. Ya me lo había dicho una compañera que trabaja en el hospital: vete a Los Monegros, allí la gente es muy amorosa, y tenía toda la razón», recuerda. «Aquí he encontrado puro amor», subraya. «Me he sentido muy cuidada, especialmente cuando me ha tocado vivir un momento personal difícil. He recibido apoyo y cariño», explica.
En su primera etapa, estuvo 15 años en el centro de salud de Grañén, con consulta en Curbe, Fraella, Marcén y Grañén; y en la última, tres, con un cupo nuevo, que le ha llevado hasta las localidades de Sesa, Novales, Salillas y Piracés. Agradece la rutina diaria, los desplazamientos de uno a otro pueblo, asegurando que el médico rural goza de una gran libertad. «Aunque tienes un coordinador, eres tu propia jefa, ya que puedes distribuir tu tiempo y gestionar tu jornada; la libertad encontrada y el amor recibido han sido una combinación perfecta», concluye.
Al hablar de su trayectoria, solo tiene palabras de agradecimiento. Aunque confiesa que su sueño era ser escritora, asegura haber sido «siempre feliz» con su bata blanca. Con especial cariño y alegría, Raquel Martínez, natural de Monzón, recuerda los años de estudio en Barcelona, donde habían emigrado sus padres en busca de un futuro mejor, y el MIR completado en el Hospital San Jorge de Huesca en 1984. «Fuimos los primeros y nos trataron muy bien», señala. También transmite calma al hablar de la pandemia, a pesar de reconocer que «nos dinamitó a nivel social, impidiendo el contacto y generando incertidumbre». «Por suerte, aquí pudimos recobrar pronto la normalidad, reabrir los consultorios y recuperar el contacto con el paciente. En las ciudades, fue distinto», señala.
En su último día, con esa paz que da ver las bondades de esta vida, Raquel Martínez reparte abrazos, entre pacientes y compañeras. Y, como siempre, miradas dulces y palabras serenas, llenas de cariño, que sanan como las que una madre dedica a su hijo.