Sariñena es la localidad monegrina que mayor percepción tiene estos días del inicio de una nueva edición del Nowhere. Allí se nota el trajín asociado al reciente desembarco de sus más de 3.000 participantes, que están instalados a tan solo unos kilómetros de distancia, en la sierra de Jubierre, donde han vuelto a ser capaces de crear una funcional comunidad en mitad de la nada. Su presencia es efímera. A partir del próximo domingo, y cumpliendo con uno de sus principios básicos, abandonarán el lugar, sin dejar ningún rastro de su presencia. Ni una colilla ni un vaso. Nada. Y Jubierre volverá a ser Jubierre, es decir, uno de los parajes más inhóspitos de Los Monegros.
Durante estos días, algunos de los inscritos visitan su capital en busca de provisiones -alguna vez han acabado con toda el agua embotellada de Sariñena- y otros acuden de forma puntual a las piscinas municipales, donde tienen la posibilidad de desprenderse del calor acumulado tras varios días en un paraje sin apenas sombras naturales. Pero unos y otros son minoría. Nadie viene a hacer turismo. De hecho, y durante su estancia en suelo monegrino, la mayoría solo pisa la trillada tierra de la sierra de Jubierre, a la que llegan en coche, autobús o furgoneta con un claro propósito: vivir en comunidad de forma autosuficiente. Para afrontar el reto, cuentan con el apoyo y generosidad del resto.
Aunque llevan más de dos décadas siendo fieles a su cita con Los Monegros, y dejando un positivo impacto en su zona de influencia, la población local desconoce algunos de los aspectos más significativos de este singular evento, que se define como el antifestival, ya que ni ofrece una programación al uso ni existe el concepto de público. Además, el dinero carece de utilidad. Aquí nada se compra ni se vende, excepto el hielo.
El desconocimiento de la población de la zona es entendible. De hecho, sus integrantes buscan la privacidad y por ello, eligen la sierra de Jubierre, ubicada en el término municipal de Castejón de Monegros, donde disfrutan del contacto directo con la naturaleza y pueden poner a prueba su capacidad de supervivencia. No existe ni una sola casa habitada en varios kilómetros a la redonda.
Para entender su filosofía, lo ideal es formar parte de esta comunidad, que reserva plazas con descuento dirigidas a la población local, o simplemente, conversar con algunos de sus integrantes, que tienen en común su capacidad para relacionarse e interactuar, teniendo como máxima la empatía y el respeto.
Paloma Zulueta, Josh Forrester y Julia Nada están dispuestos a compartir su historia. Y son un buen ejemplo. Los tres son participantes activos y veteranos, que anhelan cada año la llegada de la celebración del antifestival más peculiar y multitudinario de Aragón. Son tres entre más de 3.000 de 45 nacionalidades diferentes, con predominio de franceses, ingleses, holandeses y españoles. También hay grupos llegados desde Israel, República Checa o Estados Unidos.
Paloma Zulueta, de novia a directora
En 2016, Paloma Zulueta y su marido, Freddie, se casaron en mitad del desierto de Los Monegros. Su boda se celebró en el centro de las 40 hectáreas que ocupa el Nowhere. «Me gustan las grandes fiestas», dice ella, a la hora de justificar su elección. Y le gusta. De hecho, repitieron rito en tres ocasiones más, aunque en lugares diferentes, incluyendo un pequeño festival privado.
La ceremonia del Nowhere fue un ejemplo de la aplicación de los principios que imperan dentro de esta comunidad, donde la dadivosidad, es decir, el regalar tiempo a los demás forma parte de su ADN. Hubo voluntarios que se encargaron de la decoración y otros, del banquete. Los novios fueron llevados en dos de los vehículos artísticos que circulan a diario por el recinto estepario y además, la estética fue la esperada en un lugar asociado a la creatividad. Al igual que en la jornada inaugural de esta edición, Paloma apostó por el color y la originalidad.
Desde fuera, la vestimenta de los inscritos es llamativa. Todo vale: tutús, pelucas, capas, elásticos, alas o medias de red. También son originales los elementos utilizados para protegerse del sol, el polvo o los insectos. A las habituales gafas de esquí o buceo, se unen sombreros de copa o amplias mallas de apicultor. Hay personas que prefieren ir en traje de baño o directamente, prescindir de la ropa. «Aquí todo es normal y nadie te juzga; impera la libertad», recuerda Paloma, que vivió su primera participación en 2012.
Un accidente le obligó a perderse algunas ediciones. Su bastón va a juego con su indumentaria. Aunque es natural de Madrid, lleva 25 años residiendo en Londres, donde asistió a sus primeras reuniones de trabajo para el diseño del Nowhere. Allí conoció a su marido. «Fue amor a primera vista», asegura. Al principio, Paloma era una voluntaria más y en la actualidad, es una de las tres directoras del antifestival. Para sobrevivir en el desierto y disfrutar de la experiencia, la organización debe ser minuciosa. Hay una clara estructura y nada se deja al azar.
La organización se articula a través de 14 equipos de trabajo dedicados a diferentes áreas: logística, basura, comunicación, arte… Todos sus integrantes son voluntarios. Hay brigadas de limpieza, equipos de traductores e, incluso, pueden verse parejas que recorren el recinto y velan por el bienestar colectivo. Su objetivo es asegurarse de que cada inscrito se encuentre bien y prestarle su ayuda.
Algunos llegan al lugar varios días antes del inicio del Nowhere. «El proceso es hermoso y mágico. Aquí prima la colaboración», señala Paloma, al explicar cómo crean de forma conjunta las infraestructuras comunes y cómo se van levantando los diferentes barrios. En esta edición, hay 43. Algunos cuentan con una decena de miembros y otros rondan el centenar. Aunque la mayoría de inscritos eligen esta opción y por lo tanto, tienden a agruparse, también los hay que prefieren la acampada libre.
Al caer el sol, arranca la ceremonia de inauguración. Hay un colorido desfile, del que forman parte varios vehículos artísticos, entre ellos, uno tirado por avestruces mecánicas. Hay personas que crean armoniosas figuras con aros, cintas y fulares. También se ondean banderas de lugares soñados que aquí se hacen reales. «Me voy a emocionar», señala Paloma, al ver a la gente reír y disfrutar. «Se trata de la culminación de un largo proceso de trabajo», dice. «Nowhere es ahora mi vida. Trabajo cada día para hacerlo realidad», indica, asegurando que ha supuesto el mayor aprendizaje de su vida. «Aprender es vivir», concluye.
Josh Forrester, de analista de datos a carpintero formado en Monegros
Dentro de los 43 barrios, uno de los más veteranos es Ubertown. Allí, y desde hace 16 años, Josh Forrester, llegado desde Edimburgo (Escocia), tiene su residencia temporal de verano. Se trata de uno de los más numerosos y mejor estructurado. Sus integrantes diseñan, crean e instalan cada una de las estructuras, entre ellas, una llamativa cabina de dj que simula la portada de una catedral gótica. Su historia es curiosa. De hecho, Nowhere ha cambiado su vida. Antes, era analista de datos y ahora, carpintero, después de experimentar la gratificante sensación de construir algo desde cero. «Aprendí aquí, con paciencia y ayuda», señala Forrester, que ahora ofrece a otros la posibilidad de experimentar y ganar confianza. En su opinión, Nowhere es un lugar de «convivencia e interacción, donde crear y compartir a gran escala».
El recinto está dividido en zonas diferenciadas por colores, del rojo al azul. Ubertown está en la zona más cálida, es decir, se trata de un lugar dedicado a la fiesta, con música en directo hasta altas horas de la madrugada. Los barrios situados al otro extremo abogan por la tranquilidad y el silencio. Allí priman las clases de meditación o los masajes relajantes, que, al igual que el resto de actividades, están abiertos a cualquier participante. Otros barrios intermedios ofrecen talleres de arte, cocina o circo. Todos aportan algo a una programación espontánea y creativa.
Ubertown es un barrio musical y divertido, con mucho humor británico. El estilo de música elegido y la estética de sus integrantes pueden llevar a engaño, ya que el color predominante es el negro y además, ofrecen alternativas al predominante sonido house. Sin embargo, demuestran estar entre los más acogedores, siempre con la mano tendida y los brazos abiertos. Para ellos, Nowhere «es la oportunidad que tenemos al año de juntarnos todos y disfrutar unidos», señala Forrester.
Julia Nada, artista y voluntaria
«Los barrios son como las peñas de las fiestas», añade Julia Nada, que ejerce tareas de comunicación y por lo tanto, tiene la misión de trasmitir la esencia del evento. También tiene turnos como traductora y además, comparte su arte, a través del desarrollo de talleres o decorando algunos de los contenedores instalados. Aquí ni hay artistas contratados ni público al uso. Solo una gran comunidad en la que cada uno de sus integrantes debe estar dispuesto a dar y recibir. Y ella es un ejemplo.
Su primera participación tuvo lugar en 2013. Aunque después sumó muchos otros motivos, esta aragonesa, que reside en Zaragoza, asegura que su primera conexión con el evento llegó a través del arte. De hecho, es uno de sus ejes centrales y del conjunto, una parte importante del dinero que se obtiene con la venta de entradas va dirigido a la financiación de las construcciones artísticas que salpican el recinto. En esta edición, llaman la atención las piezas luminosas e interactivas, que son un punto de atracción y reunión durante las noches. También hay una estructura metálica a base de atrapasueños, una serie de paradas dirigidas a activar las emociones y un espacio en el que alguien puede sentarse cuando necesite un amigo. «Y siempre llega alguien, dispuesto a escuchar y ayudar», explica Julia, que saca su móvil y muestra algunas de las fotografías nocturnas del evento. «Son espectaculares», señala. Y no le falta razón. Nowhere gana al atardecer.
Aunque no están prohibidos, la artista es una de las pocas personas con el teléfono a mano, dada su condición de voluntaria del área de comunicación, algo impensable fuera del recinto. «Otro de nuestros principios es vivir el presente y por lo tanto, los teléfonos carecen de sentido, ya que te alejan de la experiencia del ahora», explica.
Nowhere está considerado el satélite europeo del conocido Burning Man, que tiene lugar en el desierto de Nevada (Estados Unidos) y que está consagrado al arte. También comparte idéntica filosofía, es decir, los principios básicos son los mismos, desde la inexistencia del comercio a la apuesta por la autosuficiencia, la creatividad o el respeto al entorno natural. El lugar está totalmente limpio. Y no solo al finalizar los días de convivencia. «No verás nada en el suelo. Todo el mundo está concienciado y si ve alguna cosa, la recoge», indica Julia.
La artista muestra además el perfecto engranaje del evento, que cuenta con el obligado plan de evacuación y una zona de atención sanitaria. Allí se encuentra otro de los integrantes de la familia del Nowhere, Óscar García, director de emergencias de Cruz Roja en Huesca. «Aquí me siento uno más. Son personas extraordinarias, muy educadas y afables, que siempre demuestran cariño y respeto», explica, ofreciendo una visión forjada en el contacto diario.
Durante el fin de semana, el dispositivo sanitario se refuerza y en total, suma la participación presencial de unas 18 personas. Instalan un hospital móvil, donde las intervenciones más frecuentes tienen relación con heridas, caídas o irritaciones y además, tres ambulancias, una de ellas situada en la cercana localidad de Sariñena, donde otro de los signos de la celebración del festival es la presencia de diferentes vehículos de los servicios de emergencias. El testimonio de sus responsables, junto al de los propios participantes, sirve para derribar los mitos que rodean a un evento en el que sus historias demuestran que prima la convivencia, la libertad y la creatividad, con la única condición de ayudar, amar y respetar al otro.