Olena Slarenco, natural de Ucrania, acaba de instalarse en la localidad de Perdiguera. Tiene una cita con la trabajadora social y dirige sus pasos hacia el ayuntamiento. A su lado, van sus tres hijos. Dimas, de 13 años, y Verónica, de 7, se desplazan entre juegos, junto a los que fueron en su día los padres de acogida de su madre, Feli Murillo y Julio Murillo. A Misa, de 6 años, con problemas de desarrollo, lo lleva de la mano.
Son conscientes de que llegarán tarde a su cita. Y es que deben detenerse cada pocos metros, ya que son muchos los vecinos que quieren mostrarles su apoyo y solidaridad. Para Olena, Perdiguera es su segundo hogar. Aquí pasó largas temporadas entre 1997 y 2008, todos los veranos y cada Navidad. Su regreso ha sido muy diferente al deseado. Ha dejado su país de origen empujada por el horror de una guerra y la necesidad de poner a salvo a sus hijos.
Su llegada tuvo lugar el pasado sábado por la noche, a través de la Asociación Asistencia a la Infancia, donde su padre de acogida, Julio Murillo, ejerce como tesorero. El autobús que realizó el traslado fue fletado por la fundación del Grupo Sesé, que recogió a 47 refugiados ucranianos, en su mayoría mujeres que en su día fueron niñas de acogida y que ahora son madres de varios niños. Olena tiene cinco. Los tres que volvieron con ella y dos que permanecen en Polonia, donde fueron trasladados desde el centro de educación especial al que asisten.
Tras permanecer unos días en Zaragoza, los seis miembros de este nuevo núcleo familiar ya están instalados en Perdiguera. «Aquí los críos están mejor; tienen más libertad para entrar y salir y jugar en la calle», explica Feli Murillo. El matrimonio lleva tiempo viviendo a caballo entre la capital aragonesa y la localidad monegrina. Dimas y Verónica se matricularán en el colegio de Perdiguera y en el caso de Misa, están explorando la posibilidad de que asista a un centro especial. De momento, cuentan con todo el apoyo de sus vecinos y de las instituciones del territorio. El Ayuntamiento de Perdiguera ya realizó una donación de 1.000 euros dirigida a la Asociación Asistencia a la Infancia.
A lo largo de la conversación, Julio Murillo no para de recibir llamadas. El colectivo tiene otro viaje en marcha y de cumplirse lo previsto, realizarán un tercero para recoger a nuevos grupos de refugiados. «No es fácil, pero el esfuerzo merece la pena. Hay que intentar sacar de ese horror al mayor número posible», explica, entre llamada y llamada. «Su sonrisa lo compensa todo», subraya, señalando la que se dibuja en el rostro del menor de los tres hermanos. Los dos mayores también son niños de acogida. Para Dimas, aunque en diferentes circunstancias, este es su cuarto viaje a Aragón; y para Verónica, el segundo. Para ambos, la adaptación está siendo muy sencilla, según explica Feli Murillo, satisfecha de verlos juntos y a salvo.
A su madre, como es natural, le resulta más complicado abstraerse de la cruel realidad de su país, donde permanece su marido, que de momento no ha sido llamado a filas. La familia procede de la región de Yagotín, a algo más de 100 kilómetros de Kiev, la capital de Ucrania. Hasta el momento de su salida, la zona permanecía alejada de los ataques del ejército ruso. Aunque tranquila por mantener a sus hijos a salvo, Olena expresa cuál es su deseo: «Aquí estamos bien, pero espero poder volver y reunir a mi familia», dice.
A la localidad de Perdiguera, está prevista la llegada de más refugiados, todos ellos con una situación más o menos similar. Sus vecinos ya los esperan con los brazos abiertos.