Alfonso I el Batallador (1073-1134) fue rey de Aragón y de Pamplona entre 1104 y 1134 y, según fuentes históricas, murió en la localidad monegrina de Poleñino. Destacó en la lucha contra los musulmanes y durante su reinado duplicó la extensión del Reino de Aragón.
Sus padres fueron el rey Sancho Ramírez y Felicia de Roucy, que tuvieron tres hijos: Fernando, Alfonso y Ramiro. Aunque en un principio no estaba destinado a reinar, una serie de hechos le catapultaron hasta el trono. Tras la muerte de su padre en 1094, falleció en el mismo año su primogénito, Fernando, y luego, su hermano el rey Pedro I, que era fruto del anterior matrimonio del rey Sancho Ramírez con Isabel de Urgel y que ocupó el trono entre 1094 y 1104. En su trayectoria destaca la conquista de Huesca tras su victoria en la batalla del Alcoraz. Pedro I murió sin descendencia en 1104 y en consecuencia, Alfonso I llegó al trono.
Al iniciarse su reinado, las fronteras del Reino de Aragón eran muy inestables, con continuas incursiones de musulmanes y cristianos. Alfonso I el Batallador tuvo un espíritu expansionista, especialmente guiado por su profunda religiosidad. Desde el principio, adoptó una postura ofensiva y en el año 1105, consiguió sus primeras victorias: las conquistas de Ejea y Tauste así como la consolidación de las fortalezas del Castellar y Juslibol (Zaragoza). En 1107, ocupó Tamarite y San Esteban de Litera; y ante el éxito de estas primeras campañas, trató de conquistar Tudela, Zaragoza y Lérida. Tudela y Zaragoza fueron conquistadas; no así Lérida que siempre se le resistió al monarca aragonés.
Matrimonio con doña Urraca de Castilla
En 1109, viendo cercana su muerte, Alfonso VI de León y Castilla decidió el matrimonio de su hija Urraca con Alfonso I el Batallador. Al rey castellanoleonés le interesaba esta alianza, especialmente por el apoyo militar que suponía en la lucha contra la amenaza almorávide. Para Alfonso I, el enlace fue visto como una oportunidad de unir dos grandes territorio: Castilla y Aragón. No obstante, la realidad fue muy diferente y, finalmente, se quedó en el primer intento de unión de los dos reinos, es decir, la antesala de lo que después conseguirían los Reyes Católicos. En el seno del matrimonio, alentada desde diferentes bandos externos, creció una lucha de poder y tensión, de la que surgieron conspiraciones en ambas direcciones y que se resolvió al repudiar Alfonso I a su esposa, doña Urraca.
La situación se hizo oficial en un concilio celebrado en Palencia en 1114. Al final, Alfonso pasaba a ser únicamente rey de Aragón y Pamplona y tras varios años de parón, retomó sus planes de reconquista del Valle del Ebro.
Uno de los grandes episodios épicos de Alfonso I fue la conquista de Zaragoza. En 1117 inicia la campaña contra la ciudad con un gran número de apoyos, entre ellos, tropas francesas. En su marcha hacia el sur, conquistan Almudévar, Gurrea de Gállego y Zuera y, finalmente, se apostan frente a Zaragoza y la someten a un largo asedio. La ciudad cae el 18 de diciembre de 1118. La rendición de Zaragoza supuso la sumisión al Reino de Aragón de todas las poblaciones cercanas y, en consecuencia, permitió a Alfonso I atacar las plazas fuertes en manos de los almorávides como Tudela o Borja, que se rinden en 1119.
Sus ansias de extender fronteras son incontenibles. A raíz de una carta de ayuda enviada por los dirigentes mozárabes de Granada, Alfonso I el Batallador traslada sus tropas al sur de España. En enero de 1126, alcanza las inmediaciones de Granada y, aunque ganó una de las batallas más importantes contra las tropas musulmanas, las condiciones no fueron las óptimas para tomar la ciudad.
En su última etapa, retoma la idea de conquistar Valencia y Lérida, algo que siempre deseó y, en este último caso, nunca logró. Dentro de estos últimos episodios destaca la batalla de Fraga. En 1133, Alfonso se instala ante la actual capital del Bajo Cinca y se entabla una tremenda lucha, que tiene lugar el 17 de junio de 1134, y que se salda con la derrota de las tropas del Batallador, que debe huir perseguido por sus enemigos.
Muerte en Poleñino
Tras el sitio de Fraga, Alfonso I está enfermo y, según los cronistas, cabalga a través de las comarcas del Bajo Cinca y Los Monegros. Al parecer, muere el 7 de septiembre de 1134 en la localidad de Poleñino. Para afirmarlo, los historiadores utilizan como fuente un compendio histórico llamado “Las Crónicas Navarras”, que fue escrito en 1.186 y en el que se afirma que ese fue el lugar de su muerte. Nada se sabe sobre la enfermedad sufrida por el monarca, que fue finalmente enterrado en el Castillo de Montearagón (Huesca).
Un testamento polémico y cuestionado
Antes de intentar tomar Fraga, Alfonso I hace testamento. El rey no tuvo descendencia y, de nuevo condicionado por sus profundas convicciones religiosas y aspiraciones expansionistas, deja todas sus posesiones a las tres órdenes militares presentes en Aragón: la Orden el Temple, la Orden de San Juan de Jerusalén y la Orden del Santo Sepulcro. El testamento creó muchas tensiones en el Reino de Aragón, especialmente entre los nobles, que eran proclives a continuar con la monarquía y temían perder sus privilegios, algunos de ellos ganados tras años de lucha y lealtad al monarca.
Las órdenes religiosas no tenían el suficiente poder para hacer cumplir el testamento de Alfonso I y finalmente, el rey es sucedido por su hermano, Ramiro (conocido como Ramiro II el Monje), que había tomado los hábitos y que residía en el monasterio de Roda de Isábena. Ante todo, Ramiro era una persona religiosa y de letras, que decide abandonar la política expansionista llevada a cabo por su hermano. El nuevo Rey de Aragón fue el padre de Doña Petronila, que fue casada siendo una niña con el Conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, en el año 1137. Al igual que su hermano, Ramiro fue un hombre prudente y nunca renunció al título de Rey de Aragón. Fruto del enlace entre Petronila y Ramón Berenguer, nacería Alfonso II de Aragón, el primer rey de la Corona de Aragón.
Conclusión
Alfonso I el Batallador fue el monarca medieval aragonés más importante y además de lograr duplicar la extensión del Reino de Aragón y consolidar sus fronteras, creó las bases para el futuro entendimiento entre Aragón y Castilla e, incluso, puso la semilla para impulsar la posterior reconquista. Alfonso I fue un viajero incansable, un batallador nato, admirado incluso por sus enemigos. De hecho, la crónica de Alfonso VII de Castilla dice: «Ni antes ni después de él, hubo en Aragón rey que se le pareciese en lo fuerte, en lo prudente y en lo belicoso».
Sergio Baches