Mari Mar Sánchez y Alejandro Gracia están a solo un día de cerrar por jubilación las puertas de su establecimiento, el Bar Jano, al que han dedicado casi todas las horas de su día a día desde hace más de 30 años. «Me va a costar decir adiós», señala la hostelera, sin dejar de elaborar los platos de su último menú diario.
El establecimiento, que se distingue por su deliciosa comida casera, abrió sus puertas el 1 de marzo de 1991. Al principio, Mari Mar compaginaba su labor en la cocina con su puesto de administrativa en la desaparecida RAM. No obstante, la faena comenzó a crecer y eligió situarse al frente del negocio junto a su marido, Alejandro Gracia. Y unidos han seguido adelante durante más de tres décadas.
Mari Mar es conocida por sus dotes en la cocina, «herencia», según explica, de su abuela, Dolores Lafarga, y de su madre, Dalia Lachos, que ejerció más de 30 años como cocinera del colegio Santiago Apóstol de Grañén. Nació en el año 1960 en uno de los establecimientos hosteleros con más historia del municipio, el Bar Avenida, que entonces regentaban sus abuelos, Fidel Lachos y Dolores Lafarga, y su tío, Pedro Lachos. Durante los veranos, y hasta el prematuro fallecimiento de este último, siempre había echado una mano en el negocio familiar, explica, sin dejar de trocear los ingredientes de uno de los platos del día, ensaladilla rusa, lo que denota la entrega y responsabilidad con la que siempre ha ejercido su trabajo.
«Me ha gustado dar siempre el mejor servicio posible, apostando por la calidad y la cocina casera. Y adaptándome a cada cliente. Yo sé quién quiere que le quite el pimiento, a quién le gusta la ensalada con olivas o quién prefiere comer con poca sal. Para mí, mi mayor satisfacción ha sido recoger cada plato bien rebañado. Me gusta mucho lo que hago», señala la hostelera, destacando además el trato cercano y familiar que ha dispensado siempre a sus clientes. Y han sido muchos. «Me acuerdo de todos, incluso de los que ya no están y venían prácticamente a diario. Será lo que más eche de menos», señala, haciendo una pausa, donde los recuerdos le obligan a dejar un momento el cuchillo sobre la tabla y mostrar los pelos erizados de ambos brazos. «Se me ponen los pelos de punta», corrobora.
También su marido, Alejandro, confiesa haber sido feliz detrás de una barra. «Antes, mi trabajo me obligaba a estar todo el día fuera de casa, desde la 8.00 y hasta la 19.00, limitándome el contacto con la gente. El bar me ha dado la oportunidad de relacionarme con muchas personas de una forma muy cercana», explica.
Ahora bien, tal y como señalan, «ha sido una vida muy sacrificada». «Ha habido épocas en las que hemos invertido entre 12 y 18 horas diarias, dando almuerzos, comidas y cenas», recuerda Mari Mar, que ha llegado ha elaborar hasta 75 menús diarios, uno detrás de otro, estableciendo varios turnos, ya que el comedor está limitado a nueve mesas. También sirvió durante varios años las comidas dirigidas al personal de guardia del centro de salud de Grañén. «Nunca me iba a ningún sitio sin dejarles la comida hecha y en Navidad, comían lo mismo que nosotros», recuerda, lo que vuelve a demostrar su capacidad de entrega. El trabajo diario ha hecho mella en su salud y su cuerpo ya lleva tiempo pidiéndole un merecido descanso.
Aunque la pareja tiene dos hijos, no ha querido animarlos a seguir sus pasos, por el sacrificio, la menor rentabilidad de los negocios y las dificultades de ser autónomo. «No me gustaría verlos tan esclavizados; los quiero demasiado y prefiero que sigan su camino», señala la hostelera, mientras llena una nueva cazuela de agua.
Además de ensaladilla casera, su último menú diario incluye macarrones gratinados y crema de verduras con gambas. Para segundo, los comensales podrán elegir entre sanjacobos, longaniza al vino, rabas de calamar o croquetas caseras de jamón y queso. A lo largo de esta última semana, también ha elaborado a sus clientes una rica paella y por supuesto, muchos de sus postres caseros: cuajada, flan de café, tarta de queso, natillas y crema catalana.
Hasta el último momento, el matrimonio ha demostrado su entrega y dedicación a sus clientes; y ellos les han correspondido con gestos de cariño y abrazos, incluido un hermoso ramo de flores. Mañana, sábado, será su último día de apertura.