José Bielsa Aguasca nació en el año 1923 en Alcubierre. A los 12 años, vivió una experiencia feliz en San Caprasio, que recordó el resto de su vida y que le animó a aprender y adquirir conocimientos. Apenas un año más tarde, estalló la guerra y tuvo que abandonar su pueblo natal para protegerse de los horrores que acechaban. Su vida la dedicó a la construcción junto a sus hijos. A continuación, contamos lo que nos transmitió de esta breve estancia en la sierra y que nos viene al hilo de la romería de San Caprasio, que se celebrará el próximo sábado 30 de abril y que reunirá a un número importante de personas de varias localidades.
En los primeros días del mes de junio de 1935, vino a Alcubierre una familia procedente de Barcelona. Constaba de cuatro miembros: un matrimonio, Don Donato y Doña Consuelo y con ellos, Doña Julia que era su hermana y que tenía un hijo de catorce años llamado Donato, como su tío, que junto a Doña Consuelo eran los padrinos. Las dos señoras eran naturales de la Isla de Cuba.
Donato Goenaga era un jugador de pelota vasca, en aquellos años tenía bastante categoría en la práctica de este deporte ya que según dijo a José Bielsa “había jugado en los principales frontones de Europa y América. Me hizo un regalo que era una cesta para jugar al frontón y la encargó justamente a mi medida, y se quedó en mi pueblo cuando al año siguiente me evacuaron a consecuencia de la guerra”.
El motivo de la llegada de esta familia a Alcubierre, era la siguiente: un doctor de Barcelona les recomendó el clima de Los Monegros y sobre todo el de la Sierra de Alcubierre, que era el más adecuado para curar una afección pulmonar que padecía el pequeño Donato. Bielsa dijo: “Yo no sé cuál fue la causa, no me acuerdo del motivo, el caso es que se presentaron en nuestra casa y después de hablar con mis padres, me mandaron a casa del “Santero” para que me diera la llave de la ermita de San Caprasio. Cuando regresé a casa ya tenía la burra aparejada para irme con ellos. Mi misión era guiarlos hasta la ermita, una vez allí tenía que ayudarles en aquello que buenamente pudiera: subir el suministro del pueblo, acarrear agua y leña y sobre todo hacerles compañía”.
Pasaron tres meses en San Caprasio de los que José recordaba: “Fueron los más felices de mi vida, han pasado muchos años y jamás olvidaré a aquella estupenda familia que a mí me trataban con el mismo cariño que tenían al sobrino”. Con el que más trato tenía el joven Bielsa era con Don Donato, al que acompañaba siempre en sus correrías de caza, en cuyo deporte era muy bueno, ya que estaba muy avezado y “pieza que se le ponía a tiro, pieza que entraba en el zurrón”. La zona de caza era la ladera sur de la sierra, en el término municipal de Farlete. En aquellos años no habían aparecido las enfermedades y plagas que hoy conocemos, y la abundancia de conejos hacía que ”salir de caza era un gozo, todos los días volvíamos a casa con el macuto lleno”.
Para José, lo mejor era el regreso, cuando ya tranquilo y un poco cansado, el Sr. Goenaga al que describe como “hombre culto y persona muy sencilla”, le contaba cosas de sus correrías por el ancho mundo, de lo cual no se cansaba de escuchar ya que para él eran cosas nuevas que escuchaba con gran atención. Cuando llegaban a la cuesta y a la vista de la ermita, viendo a José cansado le decía Goenaga: “Pepito, cógete a mi cinturón y verás que pronto llegamos”. El chico se agarraba a la canana y aquel tramo más duro se convertía en el más suave de toda la caminata. En un abrir y cerrar de ojos llegaban a la pequeña plazoleta que hay a la entrada de la ermita. Allí esperaban los tres miembros de la familia que daban muestras de alegría por su regreso.
Seguidamente, a modo de un juego, Goenaga antes de sacar la pieza del macuto, le preguntaba a su sobrino para que adivinase el nombre del animal que iba a sacar, y como se trataba de animar y entretener al joven Donato, su padrino hacía los posibles para que acertara siempre. Dice José: "Ya podréis imaginaros la cara de aquella criatura que venía de ciudades como La Habana y Barcelona, sus ojos eran como dos enormes platos y sus gritos en aquellas horas tranquilas de la tarde, con la quietud y el viento que soplaba a favor, debían escucharse desde Farlete”. Después de cenar, salían los cinco a tomar el fresco, cuando la temperatura era agradable, que no siempre lo era, “cuando soplaba el cierzo no podíamos aguantar mucho rato fuera”.
Desde allí, se divisaban las “pobres y débiles luces de entonces de los pueblos”. Don Donato les enseñaba el nombre de las estrellas, las constelaciones, dónde estaba la Osa Mayor, la Menor, les indicaba la Vía Láctea. José decía: "Que veladas más maravillosas pasamos en aquella plazuela, que silencio, que paz, que bien lo pasé y cuántas cosas aprendí. ¿Os imagináis a un chiquillo de doce años que no había salido nunca de su pueblo, sin tener más conocimientos que los que nos había enseñado nuestro viejo maestro, muy bueno por cierto, D. Manuel Ascaso, con la infinita paciencia que derrochó con nosotros para que fuésemos personas de bien?”.
Aquella familia fue durante los tres meses como una prolongación de la suya, “yo los quería y ellos me correspondían de la misma manera. Sobre todo me encantaba oír hablar a las dos señoras con aquel acento cubano, tan armonioso y tan raro para mí, acostumbrado a escuchar el acento de nuestra tierra”.
LA TORRAZA DE FARLETE
Al pequeño Bielsa le fascinaban las salidas de caza por la ladera de la sierra. Desconocía todo lo relacionado con la caza, pero Don Donato sabía dónde había dormido la pieza, el recorrido que había entre la cama y donde bebían. No le gustaba la caza, pero lo pasaba bien, ya que la conversación le resultaba de lo más agradable.
Desde su llegada a la ermita, a José le llamó la atención una gran construcción que hay a mitad de la ladera de la sierra, justo antes de llegar a Farlete: La Torraza. Es una construcción de buena sillería, sus dimensiones en planta son de 13 x 8,40 metros y sus paredes tienen un espesor de dos metros. Debía tener cuatro plantas, conservando la primera de poca altura una bóveda de arco rebajado, en tanto que la superior de unos ocho metros de altura, se cubre bajo bóveda de cañón apuntado, a ella se accede por la puerta situada en lo alto y que conserva una bóveda de medio cañón inclinada alojada en la pared. En esta planta, varios mechinales escalonados pueden significar que se dividían en forjados de vigas. Posiblemente existió una cuarta planta. En alguna subsisten saeteras. Hay un parecido a la torre de Abizanda y su construcción puede estar muy próxima al año 1118.
Una tarde que salieron de caza, justo antes de llegar a la torre, les sorprendió una de esas tormentas que se forman en un momento y que les obligó a correr y guarecerse en la citada construcción. Nada más entrar empezó a tronar de una manera tremenda, resonando por la ladera de la montaña y repitiéndose el eco por los barrancos. Dice José: “Jamás en mi vida he disfrutado tanto de una tormenta como aquella, no recuerdo el tiempo que duró, pero a mí se me hizo corto como un suspiro”. Don Donato me miraba de hito en hito para ver si estaba asustado, y yo más serio que un plato de habas, deseaba que el siguiente trueno fuese mayor”.
Pasó la tormenta y cuando salieron al exterior, contemplaron una magnífica puesta de sol, sobre la inmensa llanura. Mirando al Oeste, en dirección a Zaragoza, vieron la gran bola de fuego hundiéndose en el horizonte. Pasó tan rápido el tiempo que casi hicieron el camino de vuelta a la ermita de noche. La impresión que le causó este hecho, la guardó en su memoria y al cabo de los años escribió estos versos, que a mí me gustan mucho:
La tarde se iba despacio, por los llanos de Monegros,
las nubes color de rosa galopaban por el cielo,
el sol cual moneda de oro se iba clavando en el suelo.
Aún sonaba por el Norte el retumbar de los truenos,
en la copa de los pinos se cobijaba el mochuelo,
y una brisa perfumada…¡me llenaba de sosiego!
Alberto Lasheras
Fuentes:
-Notas de José Bielsa Aguasca.
-Poesía de José Bielsa Aguasca.
-Castillos de Aragón. Cristóbal Guitart.