Después de casi cuatro décadas detrás de una barra, Juan José Escanero, del Hotel Sariñena, alcanza su jubilación. Dejará la bandeja el próximo sábado, 24 de diciembre, a tiempo de disfrutar de la Navidad. Para el hostelero, serán sus fiestas más tranquilas, lejos del ajetreo de un negocio. Al finalizar estas señaladas fechas, verá a su hija, Pilar Escanero, y a su pareja, David Martínez, darle el relevo. También dejarán el negocio sus dos socias, su hermana, Pili Escanero, y su cuñada, Charo Viñola; así como su actual cocinero, Eduardo Oliva.
¿A qué edad se inició en el mundo de la hostelería?
Al volver de la mili, ya decidí hacerme autónomo e iniciarme en el sector de la construcción, donde las cosas se complicaron con la llegada de la crisis de los 80 y me vi en la obligación de cambiar la paleta por la bandeja.
¿Y dónde comenzó a trabajar?
Durante los últimos años, ya había realizado algún trabajo en hostelería y surgió la oportunidad de hacerme cargo del bar de la asociación El Casino. Y lo hice junto a mi hermana Pili. Al acceder, solicitamos poder ofrecer tapas y después, banquetes, aprovechando los amplios salones del local. En total, estuvimos seis años. Para salir adelante, fue fundamental la ayuda de nuestra familia, incluidos mis cuñados, que al llegar el fin de semana se remangaban y echaban una mano lavando platos, alcanzando copas… También contamos siempre con la ayuda y asesoramiento de Luis Ardid.
¿Qué les llevó a dejar el negocio?
Habíamos cumplido un ciclo. Otros hosteleros se habían hecho con locales más amplios y propicios para dar banquetes, lo que nos llevó a cerrar esta etapa y coger el traspaso del bar Azul, que asumí junto a mi mujer, Trini Viñola. Allí nos especializamos en casquería: madejas, callos, careta de cerdo… Íbamos al matadero local en busca de producto e invertíamos largas horas en su limpieza, lavado y elaboración. Nos tocó trabajar mucho, pero el negocio funcionaba y además, íbamos ya contando con la ayuda puntual de algunos de nuestros sobrinos como Úrsula y Eduardo.
¿Y en qué momento dieron el salto al Hotel Sariñena?
A diario, pasaba frente al edificio y siempre atraía mi mirada, por nostalgia y por potencial. Y un día me decidí a hablar con los propietarios. El Hotel Sariñena, que había regentado la familia Sanz-Yzuel, llevaba cerrado desde 1983 y necesitaba de obras importantes, que la propiedad accedió a realizar ante la propuesta de su reapertura. Ellos reformaron y nosotros amueblamos. El acuerdo de alquiler se produjo en 1998. Para nosotros, fue una gran oportunidad de darle otra vida a un edificio histórico. La gente sentía cariño y nostalgia y desde el principio, respondió, lo que nos permitió hacernos con una clientela amplia y fiel.
Y lo han mantenido abierto casi 25 años, ¿qué significa este lugar para usted? ¿Le costará dejarlo?
Aquí hemos hecho nuestra vida, con un contacto muy cercano con clientes a los que echaremos de menos, especialmente aquellos que acuden a diario y con los que ya tienes una relación estrecha.
Habla en plural, ¿quién se va con usted?
También dejan el negocio mi hermana, Pili, y mi cuñada, Charo, con las que hicimos una sociedad durante la última crisis. Mi sobrino Eduardo Oliva, que ha sido cocinero y una pieza clave del restaurante, apostando siempre por productos de calidad y cercanos, también emprende una nueva etapa.
¿Y tienen ya relevo?
Sí, esa es la gran satisfacción. Me despido con la alegría de saber que las puertas del Hotel Sariñena seguirán abiertas. Al final, será mi hija, Pilar Escanero, y su pareja, David Martínez, los que se hagan cargo. Me emocioné el día que nos lo comunicaron. Para mí, es un orgullo. Han sido valientes. De hecho, se animaron al ver que existía escaso interés ante la incierta situación actual y era probable que el edificio volviera a cerrarse. Y ese era mi miedo después de haberlo levantado desde cero, con el cerrojo echado y un estado ruinoso. Me hubiera hecho mucho duelo tener que cerrarlo.
¿Qué consejo les ha dado?
Yo siempre he sido muy lanzado. Las crisis económicas me han preocupado, pero nunca me han detenido ni me han dado miedo. Siempre he confiado en poder seguir adelante con trabajo y determinación. Y, al final, esa es la única receta: echar muchas horas, mantener la ilusión y priorizar el bienestar del cliente. Ambos saben lo que es el mundo de la hostelería y están preparados para afrontarlo. De hecho, la familia de David ha trabajado en este sector y sus padres se incorporarán a la nueva plantilla.
A lo largo de estos años, ¿cuáles han sido los momentos más complicados?
La crisis sanitaria del covid-19. Allí ni servía el trabajo ni la determinación. Se trataba de algo ajeno que no sabíamos cómo se iba a desarrollar. La crisis del 2008 también fue dura. De hecho, fue allí donde decidimos constituirnos como sociedad con el fin de seguir adelante. Y, aunque pasándolo mal, lo conseguimos. Mi familia siempre ha sido mi principal apoyo. Sin ellos hubiera sido imposible mantener tantos años una puerta abierta.
¿De qué se siente más orgulloso?
De haber sabido mantener la ilusión y de haber podido dar trabajo a muchos de los miembros de mi familia así como a otros trabajadores. Yo creo que todos los que han pasado por aquí se han llevado un buen recuerdo.
Usted ha sido siempre un hostelero activo y comprometido. Su negocio ha apoyado las iniciativas locales.
He sido siempre una persona implicada. He estado vinculado a asociaciones, equipos deportivos o grupos musicales. Me ha gustado formar parte de ferias y certámenes, ya que hay que mantener la ilusión e implicarte para tener un pueblo vivo. También he estado al frente de la asociación Monegros Empresarial y por ejemplo, he sido miembro 24 años de la Asociación Provincial de Hostelería.
¿Cómo se despedirán de su clientela?
El próximo sábado, día 24, será el último día de apertura y todos nuestros clientes están invitados a acercarse y compartir un rato con nosotros. Después, y una vez completados algunos cambios, las puertas se reabrirán la primera quincena del mes de enero.