La Bodega El Vino del Desierto de Lanaja ha lanzado un nuevo vino, La Sardiruela, un clarete de 2021 elaborado a base de siete variedades de uva, todas ellas aragonesas, y envejecido durante dos años. Un proceso de elaboración que ha conseguido crear una producción muy especial, exclusiva y llena de historia, que se traduce en 416 botellas. El resultado final es un vino único seleccionado por el proyecto Vignerons de Huesca.
El propietario de la bodega monegrina, Fernando Mir, ya adelantaba su llegada durante el pasado mes de septiembre, mostrándose satisfecho e ilusionado con un proyecto que rinde homenaje a los usos y costumbres de los viticultores tradicionales de Los Monegros.
La Sardiruela, como ha llamado a su primer clarete, toma su nombre del paraje situado a los pies de la sierra de Lanaja, unas tierras profundas y pedregosas, de suelos de cascajo, que proporcionan una marcada personalidad a los cultivos. Antiguamente, las viñas copaban todo el paraje, es decir, se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Los productores apostaban por viñas muy heterogéneas y vendimiaban «todo parejo», es decir, sin seleccionar cada tipo de uva, lo que daba lugar a vinos claretes.
Para elaborar el suyo, Fernando Mir ha optado por unir siete de las ocho variedades que cultiva. Tres de ellas tintas: garnacha tinta, garnacha roya y mazuela; y las cuatro restantes blancas: garnacha blanca, alcañón, moscatel y macabeo. El resultado es un vino único, de marcada personalidad, definida por las características de La Sardiruela y el clima extremo de Los Monegros.
En muchas ocasiones, el clarete es confundido con el vino rosado. Pero, como explica Mir, «la diferencia se encuentra en la uva». Mientras que el vino rosado está elaborado en exclusiva con uvas tintas, el clarete se produce mediante la unión de uvas tintas, royas y blancas.
El homenaje de la bodega El Vino del Desierto a sus predecesores no podía ser otro que la creación de un vino clarete con el nombre de un paraje tan emblemático como es La Sardiruela. La complejidad de este vino se encuentra en la gran variedad de aromas que se pueden sentir al catarlo, entre los que se encuentran el pomelo, fruta madura, miel o pieles cítricas confitadas. La unión hará que para muchos paladares sea difícil identificarlos todos.
Fernando Mir explica que el proceso de elaboración de este clarete no es más complicado que el de un tinto o un blanco. Simplemente, hay que conseguir un equilibrio en el proceso de maduración. Para ello, «se realiza un análisis de los diferentes parámetros como son el PH, el azúcar o la acidez en el momento de la vendimia de todas las variedades de uva». La decisión es subjetiva y en su caso, se decidió que el equilibrio se daba el pasado 10 de septiembre de 2021.
En esa fecha, comenzó la vendimia a mano de sus uvas. Para esta producción, se recogieron 500 kilos de uvas repartidas por todo el viñedo: 250 de uvas tintas y royas y otros 250 de uvas blancas.
En la mayoría de los casos, los claretes suelen ser vinos jóvenes, explica Mir, «pero nosotros queríamos que este vino fuese diferente». Por ello, este clarete ha pasado sus primeros 12 meses de crianza sobre sus propias lías, seis más en barrica y finalmente, otros seis en la botella.
El resultado: una edición exclusiva de 416 botellas de «vino de chimenea», dice su creador, ya que, aunque acompaña muy bien a todo tipo de carnes blancas, considera que «este es un vino que hay que abrir después de cenar, para catarlo y disfrutarlo por separado porque es único, irrepetible y lleno de historia».