Ángela Biarge, que tiene sus raíces familiares en Grañén, forma parte de esos jóvenes voluntarios que estos días se afanan por ayudar a los afectados por las graves consecuencias de la DANA en Valencia, donde estudia y reside desde hace cuatro años. Muchos más -casi 50- lleva allí otra monegrina, Marisol Bernal, natural de Grañén y vecina de Picaña. Y, en Catarroja, siguen un gran número de agricultores monegrinos como Miguel Ángel Barrio, Ismael Comenge, Rafael Casáus o José María Alcubierre.
A sus 21 años de edad, Ángela Biarge desmonta las características asociadas a la llamada generación de cristal. Y lo hace demostrando su capacidad de trabajo, solidaridad y empatía. A primera hora, y prácticamente a diario, la joven coge el autobús urbano hasta la parada más próxima al desastre y después, junto a sus compañeras, camina alrededor de hora y media, provista de botas, guantes y cepillo.
Massanassa, Benetússer, Aldaia… son algunas de las localidades en las que han estado achicando agua y retirando lodo de bajos, viviendas y garajes. «Vamos andando y, cuando vemos un lugar en el que se necesitan manos y podemos colaborar, paramos y nos unimos», explica la joven, de 21 años de edad, que está estudiando Diseño Arquitectónico de Interiores en Valencia. También es habitual que se dirijan a los afectados y les pregunten si necesitan su ayuda. Y la gran mayoría responde afirmativamente, ya que «todavía queda muchísimo trabajo por hacer y además, la población local comienza a estar agotada», indica Biarge. También ella ha decidido este jueves tomarse un descanso con la objetivo de reponer fuerzas y regresar a las zonas afectadas.
Durante la jornada de este miércoles, estuvieron trabajando en Massanassa, una de las localidades más alejadas de los focos de los grandes medios de comunicación, pero con graves afecciones. De hecho, las tres jóvenes desplazadas dedicaron gran parte de sus esfuerzos a sacar el lodo acumulado en el patio de una vivienda. «Allí estuvimos, con cubos y cepillos, y después, con mangueras a presión», describe. «Cuando estás allí te sientes bien por ayudar y colaborar, pero la parte más dura llega cuando vuelves a casa y piensas en todo lo que resta por hacer y en especial, en las personas que lo han perdido todo y que se mantienen allí», señala. «La llegada de ayuda oficial se retrasó mucho y por ello, sentimos la necesidad de ir y colaborar», explica la joven. «Por mínima que sea tu ayuda, los afectados lo agradecen muchísimo y te reciben con los brazos abiertos», concluye Biarge.
Agricultores monegrinos en Catarroja
Así lo comprueban también a diario los agricultores monegrinos desplazados a la localidad de Catarroja, donde se concentran los recursos y profesionales llegados desde Aragón. La lista es larga: Miguel Ángel Barrio, de Valfonda de Santa Ana; José María Alcubierre, de Torralba de Aragón; Ismael Comenge, natural de Callén; Rafael Casaús, de Poleñino… Todos forman parte de la expedición organizada por UAGA, que va recibiendo relevo cada varios días y que tiene como principal misión despejar calles con la ayuda de la maquinaria desplazada.
Ayudado de su tractor y su pala, José María Alcubierre, secretario general de UAGA, lleva horas y horas cargado y sacando todo lo acumulado en las avenidas, de coches a muebles o maleza. «A cada paso encuentras labores que desarrollar y gente que te pide ayuda. Por ejemplo, y junto a otro compañero, Miguel Ángel Barrio, hemos estado ayudando a los bomberos a despejar una acera y encontrar la alcantarilla que pueda desaguar», explica. «Hay mucho trabajo por delante. Ahora, la prioridad es ir despejando calles y, aunque sea poco a poco, la satisfacción está en ver cómo vas avanzando», relata.
A Rafael Casáus, vecino de Poleñino, le resulta complicado hablar. La emoción le impide completar las frases. También él se dedica a cargar todo lo que encuentra en los remolques habilitados. «No es lo mismo verlo a través de la televisión que estar aquí y sentir el dolor de la gente; hay historias muy duras», relata el monegrino. «Nosotros llegamos ya de noche y al día siguiente, fue cuando vimos realmente la dimensión de lo ocurrido; y fue impactante. Se te cae el mundo encima», añade. Para ser efectivos, subraya la importancia de estar coordinados y en relación a ello, el sindicato UAGA recuerda que ha habilitado un teléfono y grupo para los interesados en acudir a la zona y participar en los relevos: 619352950
A pesar de la tragedia vivida y del cansancio acumulado, ambos agricultores destacan el agradecimiento y amabilidad que destilan los afectados. «Te agradecen mucho todo el trabajo», relata Casáus. Y, por supuesto, la gran solidaridad de la gente, que llega de cualquier rincón de España y que realiza todo tipo de labores: limpiar, repartir alimentos y agua, atender necesidades…
«Ha quedado todo destrozado»
Precisamente, desde su casa, Marisol Bernal, natural de Grañén, puede ver algunas de las imágenes más reproducidas en los últimos días en los medios de comunicación. Desde el año 1975, la monegrina vive en Picaña, una de las localidades azotadas por la DANA, y puede observar el puente que a diario cruzan cientos y cientos de voluntarios camino de Paiporta, una de las zonas cero de la tragedia, que se sitúa a tan solo 15 minutos andando de su domicilio.
Marisol Bernal vive en un quinto piso, justo enfrente del barranco, cuya crecida ha destrozado la localidad a la que llegó hace casi 50 años. Allí hay contabilizadas varias víctimas mortales y desparecidos. «Las imágenes son horrorosas; es algo impresionante; nunca hubiera imaginado que podría llegar a pasar algo así», explica la monegrina, a la que el desastre pilló en su bloque, protegida de la intensidad de la DANA.
«El martes estaba en casa de mi vecina, Pepa, que vive en el cuarto piso y escuchaba la fuerza del agua. Pero su vivienda da a la calle y por lo tanto, al no ver el barranco, no imaginaba lo que estaba pasando», explica Bernal. Al regresar a su casa, sobre las 19.00 horas, fue cuando pudo observar la impresionante crecida y ser consciente de lo que ocurría. «Abrí la ventana y me quedé en el sitio; el agua se había llevado las pasarelas y arrastraba todo lo que pillaba por delante», recuerda. «En mi calle, están todos los bajos destrozados: floristería, ferretería, autoescuela, óptica… hasta una cafetería recién reformada y lista para abrir. El agua también ha destrozado varias casas de planta baja, las que están justo enfrente, y ha arrastrado decenas y decenas de vehículos», indica.
Dentro de su entorno más inmediato, es consciente además de la desaparición de dos vecinos, uno más joven, que salió para poner a salvo su coche, y otro, muy mayor, al que no le dio tiempo de subir a la planta superior de su vivienda. Su coche está inservible al haberse inundado el parquin de su comunidad de vecinos y durante varios días, han estado sin agua corriente, al haberse anegado el cuarto de calderas en el que está la bomba. «Aprovechaba que por la noche había un hilo de agua para llenar la bañera y de esa manera, disponer de agua durante el día», explica.
La monegrina, que vive sola, está abastecida de alimentos y productos, y por lo tanto, dada además su edad y la falta de material adecuado, optó por no salir de su vivienda en varios días. «Ahora mismo, solo espero que las comunicaciones se restablezcan pronto, poder solucionar el papeleo del coche e irme a Grañén», explica la monegrina, que acude con frecuencia a su localidad natal, donde tiene casa propia y pasa largas temporadas. «Yo no puedo hacer nada aquí y la televisión ya no quiero ni verla; es todo muy doloroso», explica.
Frente a la tragedia, Marisol Bernal alaba la fuerza y voluntad de los voluntarios que observa a diario. «Han sido la mayor esperanza y lo más efectivo frente a tanta destrucción», concluye.