«Sigue las señales», me dice Julia. Y así lo hago, aunque es imposible perderse, ya que somos muchos los que avanzamos en la misma dirección. La fila de vehículos delata el inicio del Nowhere. Antes y después de su celebración, uno puede recorrer este paraje monegrino sin cruzarse con nadie. La sierra de Jubierre está entre los lugares más inhóspitos y singulares de Los Monegros.
A excepción del desvío de proveedores, el resto de los carteles está en inglés. Y es lo lógico. Nowhere, cuya traducción literal es ‘en ningún lugar’, reúne este año a 3.600 personas de 45 nacionalidades diferentes. Hay ingleses, franceses, alemanes, españoles, americanos u holandeses. También hay grupos llegados desde Israel, la República Checa o Finlandia.
Antes de acceder, hay que presentar el certificado covid y además, superar un test de antígenos. La pandemia obligó a suspender las ediciones de 2020 y 2021. A la entrada, me espera Julia, el enlace de prensa. Y, justo a su lado, un monegrino de adopción, Óscar Carnero, que, junto a su pareja, Cristina Rojo, repiten participación. Ambos viven en la localidad de Grañén.
«En 2019, probamos, atraídos por su filosofía, y nos encantó. La experiencia fue arrebatadora», describe Rojo. «El comportamiento de la gente es excepcional. Actúan con naturalidad y se expresan con libertad, respetando siempre al otro y cuidando del entorno. No verás ni un solo papel o colilla en el suelo», añade. Y es verdad.
«A mí me ayudó a romper con determinados prejuicios. De hecho, me sentí tan agradecido, que quise sumarme a la organización y verlo crecer desde cero. Ha sido mi forma de devolver parte de lo recibido», explica Carnero, agradecido especialmente con la naturalidad de los inscritos. «Aquí nadie actúa bajo un interés. La gente huye de convencionalismos; se muestra de forma transparente, sin ocultarse ni aparentar», añade. «Y todo es normal: ir desnudo, disfrazado o en bañador. Nadie te juzga. Solo existe el respeto y la libertad», puntualiza Rojo.
La pareja ha elegido la zona de acampada libre. La otra opción es adherirse a uno de los barrios ya existentes. Hay alrededor de 40. Los inscritos suelen agruparse por nacionalidades o intereses. Los barrios son autosuficientes. La mayoría está equipado con zona de cocina y además, incluye espacios de descanso, reunión u ocio. Las temáticas son muy diversas.
Julia, que ejerce de guía, ha pasado por dos barrios diferentes. Su primera participación tuvo lugar en 2013. Aunque asistió a varias reuniones previas, asegura que tuvo que vivir la experiencia para entender y asimilar su filosofía.
«Nowhrere no es un festival al uso», explica la artista, que reside en Zaragoza y que imparte talleres de arte urbano. Aquí ni hay público ni programa. Solo una gran comunidad en la que cada uno de sus miembros debe estar dispuesto a dar y recibir. El dinero deja de tener valor. A excepción del hielo, nada se compra ni se vende. Los inscritos practican la dadivosidad. «Todos debemos aportar», señala.
Así, como ejemplo, Julia (@nadamasjulia), además de actuar como enlace de prensa, comparte su arte, decorando algunas de las estructuras de los diferentes barrios. Otros dan clases de yoga o meditación, realizan espectáculos de circo, tocan instrumentos o dan charlas. También se puede contribuir formando parte de las brigadas de limpieza o del equipo de montaje. De hecho, algunos ya llevan semanas en la zona, con el fin de crear una efímera comunidad en mitad de la nada. Hay que disponer de agua y electricidad, aseos, zonas de aparcamiento o espacios de atención sanitaria.
Antes casi de iniciar nuestro recorrido, nos encontramos con el coordinador del área artística, que es una de las piezas clave del Nowhere, considerado el satélite europeo del Burning Man (Estados Unidos). También aquí suelen quemarse algunas de las propuestas artísticas al finalizar los días de convivencia.
En esta edición, que se prolongará hasta el próximo domingo, han sido presentadas 42 propuestas artísticas, creadas por los propios participantes y repartidas en las casi 40 hectáreas del recinto. El dinero de las entradas ayuda a su financiación y el resto se dirige a logística. Nowhere carece de patrocinadores. A las construcciones, se suman 16 automóviles decorados. Aunque sin planificarlo, este año hay varias naves espaciales. También un gusano realizado en madera que ofrece sombra y descanso o una amplia estructura con sonoros atrapasueños.
«Es la primera vez que la oigo sonar», me dice Julia, justo cuando el viento comienza a levantarse con fuerza. Las tormentas de arena también existen en Los Monegros. Julia se coloca sus gafas. Son muchos los inscritos que usan este elemento como protector. A las de sol, se unen las de buceo y esquí, más amplias y acordes al contexto. De hecho, aunque la vestimenta no es lo más importante, sí es la primera y más visible señal del espíritu libre, creativo y respetuoso del lugar. Aquí uno puede ir disfrazado o desnudo. Nadie te mira ni te juzga. La única norma es respetar al otro y cuidar del lugar. También priman la cooperación, la autosuficiencia o la dadivosidad.
La hora de cenar se acerca y huele a pizza. Hay tres personas de origen italiano amasando y horneando. «Toma; está riquísima», me dice Julia, que ha sido invitada por sus vecinos de barrio. Al grupo de italianos, se une una pareja de ingleses, que lleva trabajando varios días en la confección de su asentamiento. Acuden año tras año, según explican, «por el desafío que supone adaptarte a un lugar inhóspito». También «por el sentido de comunidad y la posibilidad de vivir en libertad, pero respetando los límites del otro», dicen.
Todas las noches hay diversas opciones de ocio. La jornada inaugural incluyó una fiesta dedicada a los voluntarios. Dentro de sus organizadores, estuvo un israelí, que, según explica, encuentra en esta gran comunidad «una manera maravillosa de romper con mi rutina y conocer a gente de diferentes lugares del mundo». «También me atrapa la oportunidad de poder ayudar», añade.
No lejos de allí un grupo de checos comparte su habilidad con las mazas. Son artistas de circo. Para ellos, Nowhere es su refugio. Y eso que también aquí realizarán varios espectáculos, aunque sin ninguna presión, solo con el ánimo de divertirse y dar rienda a su creatividad. «Para nosotros, es un gran estímulo. Nos anima a crear nuevos números y conectar de forma diferente con el público», explican.
En la casa de los disfraces, la pasarela está abierta a todos. Hay looks imposibles de mantener en el exterior: tutús de color flúor con tops de lentejuelas, pelucas rosas y capas de superhéroe o leggigns con botas camperas y chalecos de cuero. Aunque muchos de los inscritos se dedican al mundo del espectáculo o el arte, también hay empresarios, abogados, ingenieros, periodistas o ejecutivos.
A diferencia de lo que ocurre fuera, es difícil ver un móvil, salvo cuando se quiere inmortalizar una de las obras de arte o los imponentes atardeceres de Los Monegros. No están prohibidos, pero aquí nadie los necesita. En tan solo unos días, esta efímera comunidad desaparecerá y además, lo hará sin dejar ni rastro, otro de sus principios básicos.