La localidad de Grañén pierde este martes uno de sus negocios más veteranos: Pescadería José Luis Azón, que echa el cierre por jubilación, después de 70 años de historia. Durante los últimos días, sus propietarios, José Luis Azón y su mujer, Mari Paz Barrau se han despedido con emoción de sus clientes y amigos.
José Luis Azón lleva toda la vida detrás del mostrador de este establecimiento, que puso en marcha su madre, Matilde Maza, con esfuerzo e ilusión. A los 13 años, ya acompañaba a su hermano mayor, Mariano, de 18, al mercado de Zaragoza, donde adquirían el pescado que después ofrecían a sus clientes.
Durante más de 50 años, José Luis ha seguido realizando la misma ruta tres veces a la semana, levantándose a las 2.30 horas, con el fin de disponer de productos frescos y de calidad. «Se trata de un oficio sacrificado, de seis días a la semana y largas jornadas», indica Azón.
En 1982, el matrimonio renovó el local e incorporó una sección de frutas y hortalizas, que han mantenido hasta la actualidad. Detrás de ese mostrador, siempre ha estado Mari Paz, que, según explica, «imaginaba con ilusión la llegada de este día, pero ahora que ha llegado no puedo dejar de llorar, ya que han sido muchos años y me da pena cerrar esta puerta. Los clientes lo sienten de verdad y nosotros, también».
Y es que a pesar de los sacrificios ambos han disfrutado juntos del trabajo diario. «Aquí nadie es un simple cliente, con la mayoría hay una relación de confianza y cercanía y en muchos casos, una relación de amistad que hemos ido forjando a lo largo de muchos años», señala Mari Paz.
El matrimonio tiene dos hijos, Mario y Enrique, que han seguido su propio camino, aunque «siempre han estado dispuestos a echar una mano cuando los hemos necesitado», subraya su madre, que, al mismo tiempo, agradece la colaboración del resto de la familia, que «nos han apoyado y ayudado». También se muestra agradecida con sus clientes.
Durante el confinamiento por la pandemia de covid-19, la actividad de los pequeños negocios creció de forma exponencial debido a las medidas de restricción a la movilidad aplicadas sobre las población. La Pescadería José Luis Azón también vio crecer su clientela, con personas que solían realizar sus compras en ciudades como Huesca o Zaragoza. Del conjunto, «algunos se han quedado, al darse cuenta de que no merece la pena desplazarse, ya que aquí tienen todo lo que necesitan», explica José Luis. No obstante, otros han vuelto a las grandes superficies, olvidándose otra vez del pequeño comercio, que «tiene muy complicado subsistir», añade. «El número de habitantes cada vez es menor y si los que estamos nos vamos fuera, cada vez tendremos menos servicio y la localidad resultará menos atractiva», subraya.
«Se sufre mucho», añade Mari Paz, ya que «no es el ambiente que había antes, con gente entrando y saliendo de las tiendas, realizando gestiones y llenando las calles. Hemos ido a menos. La gente de los pueblos de la zona, que han dado vida al comercio de Grañén, se ha hecho mayor y ya no puede conducir, delegando la responsabilidad de la compra semanal en sus hijos, que llevan una marcha diferente», explica.
En la actualidad, el establecimiento es el único que ofrecía pescado fresco en la localidad. Su cierre se suma al cese de otros negocios de larga tradición como el Comercio del Pilar, Alimentación Carmencita Zamora, Panadería Gabarre, Panadería Albert, Autoservicio Escartín, Carnicería Montañés o los establecimientos hosteleros Bar Ven, Bar Alegre o Bar Cajal.
La pandemia de coronavirus también les ha obligado a cambiar sus planes. Después de años sin disfrutar de grandes puentes o vacaciones (solo cerraban una semana al año), el matrimonio espera disfrutar de un viaje. No obstante, «la actual situación nos da respeto y preferimos esperar». «Ya tendremos oportunidad», concluyen.